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27 agosto 2008

“Las cámaras no hacen que la prostitución desaparezca, sólo que se traslade a otro lugar”

La prostitución de calle en Sevilla ha evolucionado y se ha expandido de una forma alarmante. De la mano de Valentín Márquez, una de las personas que más tiempo lleva trabajando a diario y en primera fila con este colectivo, hacemos un recorrido por un fenómeno que acapara el debate político de la ciudad.


Valentín Márquez es el Coordinador de Programas para Sevilla de Médicos del Mundo y lleva desarrollando esta labor desde 1993. Nos recibe en su despacho de la sede de la ong, a orillas del Guadalquivir, para conversar sobre la prostitución de calle, ya que por el tipo de trabajo que desempeña, es el que más contacto tiene con este colectivo de toda la ciudad.
Valentín es un tipo afable, de aspecto tranquilo y sosegado, que habla con la seguridad que le otorga la experiencia de tantos años “al pie del cañón”. Nos asegura que, muy al contrario de lo que piensa la mayoría, en la prostitución de calle sólo quedan muy pocas drogodependientes. “Es algo residual, un reducto de otra época”. Hoy no es lo normal, la situación ha variado mucho en los últimos años y “ya no es la droga el principal problema que acucia a las mujeres que la practican”.
A lo largo de la conversación, Valentín nos dibuja un recorrido por los diferentes lugares donde se ejerce. Afirma que hay mucho desconocimiento al respecto, “la gente se piensa que ganan mucho dinero y que lo utilizan para costarse sus vicios”. Nada más lejos de la realidad, no siempre ganan dinero. A veces, tras estar expuestas a la vista de todos en una acera o una cuneta durante todo el día, regresan a casa tal y como se fueron, “sin ganar un duro”. Y el riesgo que corren es considerable, porque no siempre utilizan protección, son muchos los clientes que les piden que no la usen, “incluso les pagan más por no hacerlo”. Además suelen trabajar rodeadas de violencia.
Una vez han concluida su jornada hacen vida normal. Viven en pisos de alquiler, que comparten entre varias personas, situados en los barrios más humildes de la ciudad y se relacionan con normalidad con el vecindario, “que pocas veces sabe a qué se dedican”. La mayoría de ellas tienen cargas familiares en sus países de origen y se ven obligadas a mandar dinero esporádicamente para ayudarlos a subsistir.
Los problemas con la policía y con la justicia están a la orden del día, tanto por su situación irregular en el país, como por altercados con los clientes o con otras prostitutas. La prostitución de calle es “la que más violencia genera, llegando a ser frecuentes las peleas y hasta los navajazos”. Existe cierta rivalidad entre ellas, “la lucha por el espacio suele ser la causa que provoca un mayor número de conflictos”. Pero también con las prostitutas drogodependientes, a las que acusan de que “son ellas las que tiran los precios”, ya que cobran por el mismo servicio la mitad que las demás.
Los clientes son quienes más problemas provocan, incluso hasta el punto de obligarlas a tener relaciones sin ellas quererlo, porque “cuando te subes al coche de un desconocido, nunca sabes qué te vas a encontrar”. Para Valentín este es el mayor peligro, ya que “en realidad estás completamente a su merced durante el tiempo que estés allí”. Su experiencia le ha enseñado que “la prostitución callejera es el campo de cultivo ideal para psicópatas, maltratadotes, violadores y gente así”.
Casi no se relacionan entre ellas mismas, “es un colectivo poco asociacionista”. Lo que él percibe es que “cada una va a su bola, aunque llegan a ayudarse en situaciones conflictivas puntuales”. Pero la norma general es cada cual lleva su vida y no se inmiscuye en la de las demás.
La mayoría no eran prostitutas antes de venir aquí, “pero muchas de ellas sí sabían a qué venían”. Lo asumen como una ocupación temporal, que les ayudará a pagar la deuda ocasionada con la organización que las trae, para después buscar algún otro empleo mejor. En casi la totalidad de los casos, la causa por la que se dedican a la prostitución es siempre de índole económica. Las captan amigos o compañeros de estudios que les aseguran grandes ingresos y una vida mejor en un país que no conocen y que a veces “ni saben dónde está”.
Nos cuenta que nunca ha tenido problemas ni con proxenetas, que ya casi no existen porque los que hay suelen ser la pareja sentimental de la prostituta, ni con las mafias, “que suelen trabajar preferentemente la prostitución de clubes”. Pero conoce de casos en que las mafias han torturado a las chicas, les han propinado enormes palizas o les retienen los papeles hasta que saldan su deuda.
Sabe de primera mano que los clubes que pertenecen a ANELAson verdaderos negocios”, que “les cobran 80 o 90 euros por los análisis, tienen máquinas de comida y bebidas en su interior, servicio de peluquería, e incluso les venden los preservativos”. Están diseñados, dice, para que la prostituta no tenga que salir para nada del club, lo que hace difícil el acceso a estas chicas. “Es lo más parecido que conozco a un secuestro voluntario”.
Valentín asegura que entre un 80 y 90 por ciento de las prostitutas callejeras “lo dejan después de un tiempo”, especialmente las nigerianas, y sólo vuelven a ejercer ocasionalmente, cuando se ven agobiadas por problemas económicos. Esto ocurre porque suelen encontrar muchas dificultades a la hora de ser contratadas, sobre todo las mujeres de color, ya que “hay mucho racismo todavía”.
El hecho de la aparición y expansión de la prostitución de calle lo explica porque al principio las drogodependientes encontraron en ella “una forma rápida y fácil de conseguir dinero para sus dosis”. Después, con la llegada masiva de gente joven y exótica se incrementó la demanda y por lo tanto su expansión. “Era carne fresca para un colectivo conformado por personas muy deterioradas”.
Médicos del Mundo mantiene desde hace tres años una postura abolicionista frente al problema de la prostitución, aunque Valentín, a título personal, reconoce que “yo no lo tengo tan claro”. En cuanto al debate que existe actualmente en la ciudad sobre la regularización y la instalación de cámaras de vigilancia, es categórico y opina que “las cámaras no hacen que la prostitución desaparezca, sólo que se traslade a otro lugar”.
Valentín recorre las calles de la ciudad a lomos de un vehículo que Médicos del Mundo tiene para este cometido. Acude allí donde hay una chica ejerciendo la prostitución al filo de la calle. Está convencido que tendrá que seguir esmerándose en su trabajo durante mucho tiempo, “por muchas regularizaciones que se saquen de la manga” Pero para él, lo más importante es prestar ayuda a las personas, porque “tras cada puta se esconde un ser humano”.

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